El otro dia leía este articulo, de Santiago Roncagliolo en un diario, y os debo decir que me llamó la atención, ya que dice muchas verdades.
El tema es polémico. Ahí va el texto tal cual y ya me direis, si os apetece leerlo:
Mis amigos se están divorciando. Ya está. Hemos llegado a la edad en que los matrimonios caen en masa.
Las víctimas masculinas de este genocidio entran en un territorio inexplorado. La vida del divorciado es un safari sin porteadores ni armas adecuadas. Mis amigos llevaban años, a veces décadas, creyendo que seguían siendo adolescentes, pero habían entrado en un receso voluntario. Pensaban que al separarse volverían a la vida de solteros, una vida que recordaban llena de fiestas, libertad y sexo.
Craso error.
El regreso de los caballeros al mundo real es traumático por tres razones: 1) Comprenden que su vida de solteros no era tan maravillosa. Por eso la abandonaron. 2) Aunque esa vida fuese maravillosa, no pueden volver a ella: el sexo vacío se les hace solitario, las resacas ahora son insoportables, y si se llevan a una pareja a casa, pueden despertar a los niños y sufrir la peor noche de su vida. Pero lo más triste es que, 3) aunque tomen esteroides y no tengan horario de trabajo ni hijos, el mundo allá afuera ya no es el que dejaron. Si van a una discoteca, ya ni siquiera bailan como los demás.
Una parte de mis amigos han optado por saltar el bache cuanto antes: han buscado parejas ipso facto, y de ser posible, se han mudado con ellas. Alguno ya está encargando nuevos hijos, como para empezar el ciclo una vez más. Yo llamo a este grupo “los casados crónicos”.
En mi encuesta personal, los casados crónicos son los que más hablan de mujeres. Y de partes de mujeres. Y de lo que harían con esas partes, o con las mujeres enteras. Pueden pasarse horas ventilando sus deseos con la pasión de un púber. No son sátiros sexuales, sino todo lo contrario. Han tenido sexo con tan pocas personas que siempre están imaginándose a todas las demás. Los casados crónicos necesitan una pareja todo el tiempo, para poder albergar fantasías. Lo que quieren no es sexo, sino literatura.
La categoría opuesta es la de los segundo debut. Son esos que sí han logrado con éxito regresar en el tiempo. Como en los viejos tiempos, disfrutan de una sexualidad alegre y han recuperado su alergia al compromiso. Sólo quieren encuentros de una noche. Evitan cualquier conversación personal. Y bajo ningún concepto establecen una relación emocional. Si sospechan que se están enamorando, huyen.
El problema de los segundo debut es que, por su actitud, están condenados a tener parejas bastante menores que ellos. Suelen encontrarse metidos en fiestas de veinteañeros que usan drogas desconocidas. Asisten a festivales de rock al aire libre, donde duermen en tiendas de campaña y se revuelcan en el fango tratando de disimular sus dolores musculares. Y su única certeza es que esos inconvenientes… sólo se pondrán cada día peores.
La tercera categoría de divorciados es la de los “exploradores”. Son los más numerosos. Los exploradores se aventuran en la jungla de su soltería con la precaución de un venado en una fiesta de leones. Y rastrean a la pareja perfecta con métodos casi científicos: entran en páginas de Internet de contactos, y desarrollan todo tipo de filtros para seleccionar a sus presas. Asisten a todas las citas a ciegas y cenas de amigos que les presentan mujeres. Pero ahora tienen algo que no tenían antes: un pasado. Y eso los hace más selectivos, y frecuentemente los deja más insatisfechos que cuando eran solteros.
Mis amigos divorciados han salido sin defensas a un mundo inesperado, en el que es más fácil conseguir sexo que conseguir conversación. Algunos lo resuelven mejor que otros, pero con cada matrimonio que cae, mi esposa y yo nos tomamos de la mano y nos decimos: “Aún nos queremos ¿verdad? Nosotros no pasaremos por eso”.
No es sólo amor. Es miedo.
El tema es polémico. Ahí va el texto tal cual y ya me direis, si os apetece leerlo:
Mis amigos se están divorciando. Ya está. Hemos llegado a la edad en que los matrimonios caen en masa.
Las víctimas masculinas de este genocidio entran en un territorio inexplorado. La vida del divorciado es un safari sin porteadores ni armas adecuadas. Mis amigos llevaban años, a veces décadas, creyendo que seguían siendo adolescentes, pero habían entrado en un receso voluntario. Pensaban que al separarse volverían a la vida de solteros, una vida que recordaban llena de fiestas, libertad y sexo.
Craso error.
El regreso de los caballeros al mundo real es traumático por tres razones: 1) Comprenden que su vida de solteros no era tan maravillosa. Por eso la abandonaron. 2) Aunque esa vida fuese maravillosa, no pueden volver a ella: el sexo vacío se les hace solitario, las resacas ahora son insoportables, y si se llevan a una pareja a casa, pueden despertar a los niños y sufrir la peor noche de su vida. Pero lo más triste es que, 3) aunque tomen esteroides y no tengan horario de trabajo ni hijos, el mundo allá afuera ya no es el que dejaron. Si van a una discoteca, ya ni siquiera bailan como los demás.
Una parte de mis amigos han optado por saltar el bache cuanto antes: han buscado parejas ipso facto, y de ser posible, se han mudado con ellas. Alguno ya está encargando nuevos hijos, como para empezar el ciclo una vez más. Yo llamo a este grupo “los casados crónicos”.
En mi encuesta personal, los casados crónicos son los que más hablan de mujeres. Y de partes de mujeres. Y de lo que harían con esas partes, o con las mujeres enteras. Pueden pasarse horas ventilando sus deseos con la pasión de un púber. No son sátiros sexuales, sino todo lo contrario. Han tenido sexo con tan pocas personas que siempre están imaginándose a todas las demás. Los casados crónicos necesitan una pareja todo el tiempo, para poder albergar fantasías. Lo que quieren no es sexo, sino literatura.
La categoría opuesta es la de los segundo debut. Son esos que sí han logrado con éxito regresar en el tiempo. Como en los viejos tiempos, disfrutan de una sexualidad alegre y han recuperado su alergia al compromiso. Sólo quieren encuentros de una noche. Evitan cualquier conversación personal. Y bajo ningún concepto establecen una relación emocional. Si sospechan que se están enamorando, huyen.
El problema de los segundo debut es que, por su actitud, están condenados a tener parejas bastante menores que ellos. Suelen encontrarse metidos en fiestas de veinteañeros que usan drogas desconocidas. Asisten a festivales de rock al aire libre, donde duermen en tiendas de campaña y se revuelcan en el fango tratando de disimular sus dolores musculares. Y su única certeza es que esos inconvenientes… sólo se pondrán cada día peores.
La tercera categoría de divorciados es la de los “exploradores”. Son los más numerosos. Los exploradores se aventuran en la jungla de su soltería con la precaución de un venado en una fiesta de leones. Y rastrean a la pareja perfecta con métodos casi científicos: entran en páginas de Internet de contactos, y desarrollan todo tipo de filtros para seleccionar a sus presas. Asisten a todas las citas a ciegas y cenas de amigos que les presentan mujeres. Pero ahora tienen algo que no tenían antes: un pasado. Y eso los hace más selectivos, y frecuentemente los deja más insatisfechos que cuando eran solteros.
Mis amigos divorciados han salido sin defensas a un mundo inesperado, en el que es más fácil conseguir sexo que conseguir conversación. Algunos lo resuelven mejor que otros, pero con cada matrimonio que cae, mi esposa y yo nos tomamos de la mano y nos decimos: “Aún nos queremos ¿verdad? Nosotros no pasaremos por eso”.
No es sólo amor. Es miedo.