A las buenos días, soy El Maera.
Debo ser una rara excepción entre 47 millones de españoles, pero yo con mi suegra me llevo muy bien. Es una señora muy simpática y muy agradable. Y lo más curioso, cuando ha habido conflicto entre mi mujer y yo, mi suegra ha tomado partido por mí, regañando a su hija por ser tan mandona y asfixiante. Mi señora y yo, vamos mucho a comer a casa de mi suegra, que dicho sea de paso, cocina mucho mejor que mi mujer...
Pues bien, después de haberme comido un cocido de campeonato, con sus tres platos y todos sus sacramentos, me sentí muy pesado y somnoliento. Decidí echarme una siesta en la antigua habitación de mi mujer. Así también me quitaba de la tertulia posterior a la comida, en la que mi cuñada ¡ojo con mi cuñada! pasa revista y pone a parir a casi todos los habitantes de la provincia...
Total, que me fui a echar la siesta. Pronto escuché muchas risas y carcajadas, procedentes del piso de al lado. El piso de al lado es de mi suegra también y lo tiene alquilado a cuatro estudiantes universitarios, bastante ruidosos, pero buenos chicos. Como las paredes son de papel, se escuchaban con bastante nitidez las conversaciones. Además hablaban alto, con ese tono eufórico que produce el alcohol. Estaban con, al menos, una mujer.
Acto seguido empezaron a mover muebles. Y después, se hizo el silencio... era el silencio que precede a las tormentas. Entonces empezó la acción.
—Chicos, de uno en uno, que hay para todos. Uff ¡esto son pollas y no el pingajo que tiene mi marido!
Yo mientras tanto, escuchaba intrigado tumbado en la cama. Se me había quitado de golpe la pesadez y la somnolencia. Al otro lado de la pared habían pasado a mayores.
—Así, muy bien. Ahh ¡qué dura la tienes y me llega hasta el estómago!
—¡Cómo goza la tía guarra!
—Ahhh, me corrooooo...
—Venga, otro. Ahora tú.
Y seguían dale que te pego. Yo, vanamente, intentaba conciliar el sueño, mientras continuaba la refriega.
—¿Queréis darme por el culo?
—Claro.
—Pues vamos, clávamela.
—Sí.
—Ahhh, más despacio cabrón, ¡que me vas a abrir en canal! Y no me voy a poder sentar en quince días.
Estaban llevando a efecto todos los numeritos de rigor en una película porno. Los comentarios que se oían, eran edificantes todos, dignos de una catequesis.
—¡Toma zorra, bébete mi leche!
—Está claro que las más putas son las casadas.
—No puedo más, voy a correrme en tu culo.
—Sí mi amor. Córrete bien dentro, como los machos. Esto sí que es bueno y no follar con el pichafloja de mi marido.
Y cesó la acción. Era la calma después de la tempestad. Llegó el momento de las despedidas. Yo, muy ladinamente, me acerqué a la puerta de puntillas sin hacer ruido. Quería ver a través de la mirilla a la individua que ponía los cuernos a su esposo de manera tan rotunda y tan audaz.
A través de la mirilla, vi que se abría la puerta de al lado y ¡aparecía Marisa! una de las íntimas de mi mujer. Mientras esperaba el ascensor se componía la ropa, con ese aspecto inconfundible de las hembras bien folladas. De todo esto no he dicho nada a nadie.
Y después de aquello hemos coincidido muchas veces. Es enternecedor verla invocar los principios eternos del catolicismo más acérrimo, en los que dice creer firmemente. También es encantador ver cómo critica a las amigas y conocidas que se divorcian. Todo un despliegue de hipocresía.
Pero claro, cuando miras a Porky, su marido, te encaja todo. Ella está muy buena, él es un rico con pinta de cochinillo, pero que le da una vida regalada porque tiene mucha pasta. El matrimonio tiene dos hijos en común, así que Marisa le tiene bien cogido de los huevos.
Todavía no he hecho nada. Pero cuando nos quedemos sólos, estoy pensando en decirle:
—Oye, que yo la tengo tan grande y follo mucho mejor que los pipiolos de la calle Pérez Galdós.
A ver qué pasa...
Debo ser una rara excepción entre 47 millones de españoles, pero yo con mi suegra me llevo muy bien. Es una señora muy simpática y muy agradable. Y lo más curioso, cuando ha habido conflicto entre mi mujer y yo, mi suegra ha tomado partido por mí, regañando a su hija por ser tan mandona y asfixiante. Mi señora y yo, vamos mucho a comer a casa de mi suegra, que dicho sea de paso, cocina mucho mejor que mi mujer...
Pues bien, después de haberme comido un cocido de campeonato, con sus tres platos y todos sus sacramentos, me sentí muy pesado y somnoliento. Decidí echarme una siesta en la antigua habitación de mi mujer. Así también me quitaba de la tertulia posterior a la comida, en la que mi cuñada ¡ojo con mi cuñada! pasa revista y pone a parir a casi todos los habitantes de la provincia...
Total, que me fui a echar la siesta. Pronto escuché muchas risas y carcajadas, procedentes del piso de al lado. El piso de al lado es de mi suegra también y lo tiene alquilado a cuatro estudiantes universitarios, bastante ruidosos, pero buenos chicos. Como las paredes son de papel, se escuchaban con bastante nitidez las conversaciones. Además hablaban alto, con ese tono eufórico que produce el alcohol. Estaban con, al menos, una mujer.
Acto seguido empezaron a mover muebles. Y después, se hizo el silencio... era el silencio que precede a las tormentas. Entonces empezó la acción.
—Chicos, de uno en uno, que hay para todos. Uff ¡esto son pollas y no el pingajo que tiene mi marido!
Yo mientras tanto, escuchaba intrigado tumbado en la cama. Se me había quitado de golpe la pesadez y la somnolencia. Al otro lado de la pared habían pasado a mayores.
—Así, muy bien. Ahh ¡qué dura la tienes y me llega hasta el estómago!
—¡Cómo goza la tía guarra!
—Ahhh, me corrooooo...
—Venga, otro. Ahora tú.
Y seguían dale que te pego. Yo, vanamente, intentaba conciliar el sueño, mientras continuaba la refriega.
—¿Queréis darme por el culo?
—Claro.
—Pues vamos, clávamela.
—Sí.
—Ahhh, más despacio cabrón, ¡que me vas a abrir en canal! Y no me voy a poder sentar en quince días.
Estaban llevando a efecto todos los numeritos de rigor en una película porno. Los comentarios que se oían, eran edificantes todos, dignos de una catequesis.
—¡Toma zorra, bébete mi leche!
—Está claro que las más putas son las casadas.
—No puedo más, voy a correrme en tu culo.
—Sí mi amor. Córrete bien dentro, como los machos. Esto sí que es bueno y no follar con el pichafloja de mi marido.
Y cesó la acción. Era la calma después de la tempestad. Llegó el momento de las despedidas. Yo, muy ladinamente, me acerqué a la puerta de puntillas sin hacer ruido. Quería ver a través de la mirilla a la individua que ponía los cuernos a su esposo de manera tan rotunda y tan audaz.
A través de la mirilla, vi que se abría la puerta de al lado y ¡aparecía Marisa! una de las íntimas de mi mujer. Mientras esperaba el ascensor se componía la ropa, con ese aspecto inconfundible de las hembras bien folladas. De todo esto no he dicho nada a nadie.
Y después de aquello hemos coincidido muchas veces. Es enternecedor verla invocar los principios eternos del catolicismo más acérrimo, en los que dice creer firmemente. También es encantador ver cómo critica a las amigas y conocidas que se divorcian. Todo un despliegue de hipocresía.
Pero claro, cuando miras a Porky, su marido, te encaja todo. Ella está muy buena, él es un rico con pinta de cochinillo, pero que le da una vida regalada porque tiene mucha pasta. El matrimonio tiene dos hijos en común, así que Marisa le tiene bien cogido de los huevos.
Todavía no he hecho nada. Pero cuando nos quedemos sólos, estoy pensando en decirle:
—Oye, que yo la tengo tan grande y follo mucho mejor que los pipiolos de la calle Pérez Galdós.
A ver qué pasa...